La tradición constructivista de la tecnología ha recibido críticas desde sectores adscritos a tradiciones más pragmáticas y preocupadas con las consecuencias del desarrollo tecnológico, que la han acusado de un casi total descuido de las consecuencias sociales de la elección técnica. Igualmente se ha criticado la concepción de actores o grupos sociales relevantes, ya que no queda claro quién dice o decide qué grupos o intereses son los relevantes. Hay una preocupación por los sin voz, pero que se verán afectados por los resultados del cambio técnico. Es importante dar cuenta de las decisiones que se adoptan y cómo se adoptan, pero también del "programa oculto" que influye en tales decisiones, y que nunca se hace explícito. Se trataría de desvelar intereses y procesos sociales más profundos que pueden estar en la base de las elecciones sociales de la tecnología. Finalmente, se critica el aparente desdén hacia todo lo que suene a postura evaluativa, sea de tipo moral o político, que podrían servir para juzgar las posibilidades que ofrecen las tecnologías desde el punto de vista del bienestar y desarrollo de la humanidad.
La "escuela" americana de críticos culturales, tradicionalmente preocupada con los aspectos valorativos de la tecnología, su atención a posibles impactos y su interés por la renovación educativa ha incidido especialmente en la posibilidad de evaluar y controlar el desarrollo tecnocientífico. Autores como Langdon Winner resaltan el hecho de que la tecnología modifica la imagen que tenemos de nosotros como individuos y el papel de la sociedad de modos sutiles y frecuentemente inadvertidos. Para Winner, al aceptar acríticamente una tecnología estamos firmando un contrato social implícito cuyas condiciones sólo advertimos a menudo mucho después de su firma. Este "sonambulismo tecnológico" permite que se vayan remodelando las condiciones de vida humanas de modos no deseados y con consecuencias negativas para amplias capas de la población y para el futuro del planeta. Lo que aparentemente son elecciones instrumentales (elección de técnicas) se revela en realidad como opciones hacia formas de vida social y política que van construyendo la sociedad y configurando a las personas, pero sin que se plantee un momento valorativo y reflexivo que introduzca cuestiones sobre las posibilidades de crecimiento de la libertad humana, de la creatividad o de otros valores. Para Arnold Pacey, la definición de Tecnología debe abarcar no sólo su aspecto material (técnicas en cuanto a artefactos), sino que debe incluir los aspectos organizativos (actividad económica e industrial, actividad profesional, usuarios y consumidores) y los culturales (objetivos y valores afectados por la tecnología y los que deberían ser respetados por ella). Otro influyente crítico cultural americano es Carl Mitchan, que ha elaborado una filosofía de la tecnología que bebe en buena parte de Jacques Ellul, y que reclama el primado de la filosofía y las humanidades para rescatar valores humanos y sociales frente al rodillo tecnológico.
La ciencia y la tecnología se han convertido en recursos estratégicos políticos y económicos tanto para los Estados como para las industrias. Pero aunque los ciudadanos son conscientes de las ventajas que a su bienestar puede aportar el desarrollo tecnocientífico, hay igualmente (sobre todo desde finales de los años 60) una conciencia acentuada de que el cambio tecnológico está en la base de muchos de los problemas ambientales y sociales.
En respuesta a este dilema, muchos países han buscado una solución mediante un enfoque consistente en separar las actividades de promoción de la innovación técnica respecto de las de control y regulación. La creación en 1972 de la Oficina de Evaluación Tecnológica (OTA), con labores de asesoría al Congreso de los EEUU, marca el inicio "oficial" de esta tendencia, que fue adoptada más tarde por otros países. Sin embargo, su objetivo de suministrar alertas tempranas y perspectivas de futuros impactos sirvió sólo para corregir en todo caso ciertos desajustes una vez que la tecnología se implantaba. Además, se ha denunciado su "retórica tecnocrática" al servicio de intereses políticos y económicos. La consecuencia ha sido la mera legitimación a posteriori de las tecnologías introducidas, sin posibilidades de influir en su configuración y aplicación.
Para muchos, este paradigma evaluativo ha llegado, pues, a su límite, y hay que pasar a enfoques en los que se tenga en cuenta la dinámica de la tecnología en la sociedad, considerando que sus efectos sociales no dependen sólo de factores técnicos, sino de la forma en que los impactos son percibidos o evitados por diversos actores sociales. Igualmente se ha visto la necesidad de abrir la "caja negra" del enfoque economicista: los juicios de valor ocultos bajo la preeminencia fáctica de la búsqueda de mayores rendimientos o la excelencia técnica.
Autores reconocidos como Lewis Mumford (1934), Ortega y Gasset (1939), Jacques Ellul (1964) dieron solidez a la corriente americana al considerar que la tecnología tiene carga valorativa intrínseca, rechaza la idea del instrumentalismo y la supuesta neutralidad de los artefactos tecnológicos, el hombre posee la capacidad para reconocer que el orden material de la técnica obedece a procesos ingenieriles por un lado, pero por otro el mismo hombre reclama su derecho de intervención y manipulación de la propia técnica por su creación en beneficio de los sujetos que se sirven de la utilidad del desarrollo tecnológico. Para explicar esta idea es importante recordar que la técnica es una construcción del propio hombre para relacionarse con la naturaleza de la mejor manera. Inventa herramientas útiles para manipular su entorno natural, crea artefactos como ampliaciones de su cuerpo y sus extremidades, le permite percibir su medio natural de diversas formas al ocupar sus propias creaciones técnicas. Tal es el caso del microscopio, telescopio, por dar unos ejemplos muy conocidos. Pero, también se debe considerar que los seres humanos se han convertido en tecnomórficos, es decir, los sujetos se encuentran condicionados por el entorno vigente en la civilización tecnológica y no hay marcha atrás. La técnica en un principio ayudó a manipular la naturaleza, en la actualidad la tecnología ha proporcionado un nuevo entorno (E3); la virtualidad. Se puede aseverar (Ellul, 1964, Mitcham, 1994) que la tecnología no sólo ha propiciado cambios estructurales, sino cambios culturales profundos en nuestra vida cotidiana.
De otra manera, también la tradición americana reconoce que la tecnología ha favorecido la democratización de proyectos, la apertura para dar voz a los usuarios sociales, interacción a los cibernautas, de cierta manera se participa de un proyecto incluyente y convergente donde el hombre es tomado en cuenta de acuerdo a sus necesidades, como una medida de participación abierta a la sociedad. López Cerezo (1995, pp. 1-9) indica que la CTS en la actualidad ya no muestra gran diferencia entre la tradición europea y americana, de hecho se han integrado en una sola propuesta que trata de estudiar de manera crítica los espacios sociales de la ciencia y la tecnología, tanto en sus condiciones sociales del cambio científico tecnológico como en los impactos sociales de dicho cambio.
Steve Fuller (1995) propuso a la “epistemología social” como uno de las supuestos viables para la consolidación del movimiento CTS. Su idea consistió en abrir un fórum democrático para discutir cuestiones relativas a la producción y distribución del conocimiento en la sociedad, una especie de foro para la filosofía política en el ámbito del conocimiento. La propuesta de Fuller (1995, pp. 1-6) está encaminada en abrir dos foros donde se discutan, por un lado, la normatividad de la epistemología social, en concreto se hablaría sobre la producción y distribución del conocimiento. El otro foro estaría abierto para los investigadores interesados en aportar pruebas empíricas de cómo realmente ocurren las cosas en la sociedad, es decir, cómo se produce y distribuye el conocimiento en ciertas sociedades con casos específicos. La epistemología social tendría la función de tratar de conciliar estas dos perspectivas y emitir recomendaciones para la democratización del conocimiento en la sociedad.
De aquí la ambigüedad de la crítica heideggeriana de la tecnología, que no puede decidir si lo que se necesita es un cambio en la actitud o en el diseño tecnológico. El problema está localizado en algún lugar entre estas determinaciones, en la forma de objetividad en que se revela la tecnología. También es la ambigüedad del paradigma del dispositivo de Borgmann, lo que planea en forma incierta entre la descripción de cómo encontramos a la tecnología y cómo ésta es hecha. Una crítica de la tecnología desarrollada desde este punto persigue las más vastas conexiones e implicancias sociales enmascaradas por el “paradigma”. En esta medida es genuinamente desreificadora. Pero en la medida que falla en incorporar esta escondida dimensión social al concepto de tecnología mismo, se mantiene parcialmente atrapada en las formas de pensar que critica. La tecnología, como por ejemplo los objetos del mundo real así designados, a la vez son y no son el problema, dependiendo de si el acento está puesto en su forma fetichista como puro dispositivo o en nuestra aceptación subjetiva de dicha forma. En ningún caso podemos cambiar la tecnología “en si misma”. Como máximo, podemos esperar superar nuestra actitud hacia ella a través de algún tipo de movimiento espiritual.
En las cuestiones prácticas cotidianas, la tecnología se presenta a sí misma frente a nosotros primero y principalmente a través de sus funciones. La encontramos como esencialmente orientada hacia un uso. Claro que somos conscientes de los dispositivos como objetos físicos que poseen muchas cualidades que no tienen nada que ver con la función, por ejemplo, la belleza o fealdad, pero tendemos a ver esto como no esencial. Lo que distingue a la tecnología de otros tipos de objetos es el hecho de que siempre aparece ya separada en lo que he llamado cualidades primarias y secundarias. Nosotros no tenemos que hacer esa separación como lo haríamos en el caso de un objeto natural ya que pertenece a la propia forma del dispositivo técnico.
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